Hace un tiempo hice en este mismo newsletter un compendio de aquellos momentos musicales que son importantes por el contexto en que se realizaron. Y en ese texto mencioné un cuento de Ernest Hemingway que es la historia de un turista que busca desesperado su cámara fotográfica para poder registrar un dibujo que Picasso hizo en la arena de una playa antes de que el mar se lo lleve.
El cuento en sí es una batalla contra el tiempo y la brevedad de las cosas, pero sobre todo por la desesperación. Cada vez que pienso en ese cuento se me viene a la mente la cantidad de gente que se saca fotos o selfies en recintos o en momentos determinados. El protagonismo de la foto o la selfie invirtió el rol de la atención. Antes, la foto sacada por mi viejo en las sierras de Córdoba era realmente lo importante, porque ahí estuvo él. Es decir, la foto era la carnalidad de esa presencia. Hoy, claramente determinado por lo digital, es más importante aparecer en la foto, ser protagonista y que el espacio pase a un segundo plano. Es la intromisión del efecto del encuentro antes que del encuentro mismo. Hemingway tenía razón: el personaje no se animó a disfrutar de esa complicidad involuntaria e íntima. Solo Picasso y yo sabíamos de este dibujo, pero Picasso no sabe que yo sé.
La música improvisada suele tener esos mismos momentos: se crea una sola vez hasta que esa playa infinita que es el tiempo se encarga de borrar. Y aún si alguien grabase el recital perdería categóricamente frente a la sensación de esa presencia. Este tipo de epifanías solo puede lograrlo el arte cuando la comunión entre el oyente y el artista se amalgama. Y ese tipo de comuniones puede aparecer en cualquier momento.
Yo quiero contar una anécdota especial que sólo mis amigxs conocen. Durante cuatro años y pocos meses tuve la dicha de ser vecino de Charly García. Literalmente, durante más de 1400 días, nuestra distancia era de cinco, diez o quince metros: yo estaba en el 6° 13 y Charly, como bien saben todos, en el 7° 15, por lo que muchas veces escuchaba la música que pasaba a todo volumen. Recuerdo con especial cariño el 18 de diciembre de 2022, cuando Argentina salió campeón del mundo, que se oían perfectamente en los ataques de la selección los golpes de un bastón contra el suelo (en este caso mi techo).
Pero más allá de eso, el 23 de octubre de 2020 él cumplió 69 años. Ese día, aparecieron varios de sus amigos, pese a que todavía atravesábamos la cuarentena. Hasta ahí, no dejaba de ser un día normal entre todos, pero después llegó la íntima magia.
La cocina del departamento estaba ubicada al fondo, y para llegar había que atravesar un pasillo que servía de acceso para el escritorio de mi pareja y el comedor. Era un espacio muy amplio, y una de las ventanas estaba sobre ese pasillo, pegado a la cocina. Si vos te acercabas a esa ventana y mirabas hacía arriba a la derecha, veías la ventana de la habitación de Charly que casi siempre estaba abierta y con la luz prendida. Esa tarde de su cumpleaños 69 hacía calor, por lo que la ventana de mi pasillo también estaba abierta. Mientras me preparaba unos mates escuché el ruido del ascensor de servicio que bajaba desde el piso de Charly y pocos segundos después, el sonido de un teclado improvisando algunas melodías. Me acerqué a la ventana y observé hacia la habitación de mi vecino. La música seguía sonando, y sabía que eso no era algo grabado, sino un momento de inspiración. Traté de abstraerme del ruido de la calle que quería interferir entre el teclado de Charly y mi oído, y aún así logré escuchar.
Charly tocaba las melodías para el olvido, por el solo hecho de tocar, mientras yo, apenas a cinco metros, me quedaba como si estuviese en un lugar donde no debía, en total silencio.
Todo habrá durado un minuto o dos como mucho, pero fueron más que suficientes. Había sido el testigo de una canción que nunca más iba a escucharse, y como debía ser, la música fue la única conexión entre nosotros dos. Solo Charly y yo sabíamos de esa canción, pero Charly no sabe que yo sé.
Pensé en el personaje del cuento de Hemingway poco después, y concluí (como ahora) que hice bien en no grabar el momento para poder vivirlo y volver a él en mis recuerdos, a pesar de las playas que intenten borrarlo.
Cuando terminó, con la voz quebrada por la emoción, dije muy bajito: “Feliz cumple Charly”.
Algunas recomendaciones
El año pasado, mientras daba mis habituales caminatas por San Telmo, vi a una chica que estaba sentada en una vereda con un valijita abierta y tres o cuatro copias de un mismo libro. Deduje que era un trabajo suyo el que estaba ofreciendo. Me acerqué y le pregunté si podía ojearlo. Me dijo que sí y mis ojos encontraron al azar dos versos notables: “¿Qué materia me construye / si solo sé doler?”. Luego otra página y otros versos se clavaron en mi vista: “Tengo en mi cuerpo / todas las marcas de este mundo. / Ningún fantasma puede entrar. / Nos han soñado de la misma materia”. Sin dudar, le compré el libro y con la tranquilidad de mi sillón leí con placer “Poética de un corazón abierto”, tercer libro de Ariana Daniele. Dramaturga y actriz, la poeta editó por Alción este bello corpus de 70 páginas que se deslizan como el agua. A pesar de que tiene 50 composiciones, estas tienen una duración perfecta, como si te estuviesen contando un secreto al oído. Como todo libro de poemas, el tono personal que lo caracteriza nos da a conocer un alma que habla de la libertad pero también del encierro, del amor pero también de sus penas. Efectivamente es un corazón abierto el que se ofrece. Dejo un par de poemas para comprobarlo:
LA ULTIMA INOCENCIA La escritura no salva. Se iza un muro suave o se clava la estaca en el corazón de la tierra el día en que uno se entera de aquel mensaje claro sin mensajero. Intuido o no. Poco importa. Nadie puede volver a constatar el reflejo. La voz nos concede siempre una pregunta. La escritura no salva y sigo aquí dentro. Es que el niño si ve una jaula espera un pájaro. * AUTORRETRATO He atentado incesantemente contra mi tranquilidad. He confiado mi belleza al poema de cada año. No hay camino que llegue hasta mí.
Por el lado musical, me siento pleno de alegría al saber que Lucila Inés editó su tercer disco, “Los Libros Negros”. Quienes me conocen, saben que tengo una debilidad con la música de ella desde hace años. Supe de su arte cuando leí un perfil que hicieron en 2011 para la Rolling Stone a raíz de la edición de su primer disco, “Todas las letras de tu nombre”, y quedé prendido de su obra. Tuvieron que pasar diez años para que saque su segundo disco, “La luz y la inesperada sombra”, y en la semana salió este tercer trabajo inspirado en la obra del mismo título de Matías Perego. Hace dos días dejó en su instagram un posteo en donde contaba la génesis de sus canciones y el modo en que las escribió: “En este ejercicio de escritura lo principal fue dejar que mi voz discurra y mezcle temporalidades. Dejar el libre fluir de las imágenes, las palabras, las sensaciones y así crear pequeñas historias a partir de la escritura automática partiendo del imaginario de Perego”. En ese mismo posteo me entero con particular sorpresa que uno de los músicos que grabaron en el disco es el enorme Claudio Lafalce de Genetics, lo cual garantiza a la voz de Lucila el sonido de estas guitarras particulares. Por timidez nunca le dije a ella que me parece una de las mejores cantantes del país, a la altura de Florencia Ruiz, María Pien o Ruth Attaguile, pero con este disco reafirmo mi posición. El próximo 8 de noviembre va a presentar este trabajo, y seguramente esté ahí, disfrutando como lo vengo haciendo desde hace 13 años. El disco completo es genial pero elijo de sus doce canciones “Amamos la preguntas sin contestación”, “Perdurará y se esfumará” y “El más allá existe en una hermosa biblioteca”.
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Esta fue una nueva entrega de “No quiero hacer la cama”, espero que lo hayas disfrutado.
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¡Comencé un nuevo podcast! Se llama Disco Falopa. Podés seguirlo en Spotify y calificarlo, o bien escucharlo y descargarlo gratis en este mismo newsletter. El próximo sábado sale un nuevo episodio.
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Espero que te haya gustado esta entrega.
Nos vemos en una semana.
Te mando un abrazo.
No puede ser, qué hermoso post. Lo de Charly me hizo emocionar, qué locura 💗
Hermoso lo de Charly, hermosos los poemas de Ariana, y muy buena recomendación de Lucila Inés, no la conocía, y ya con el primer tema me enamoró